miércoles, 20 de abril de 2011

   Aconsejado por el raciocinio, dispuesto a no caer en la tentación, apaleado por la corrección, escribo ausente por el mero hecho de hacerlo. Bajas la calle en cuesta feliz, sin pensar en que luego habrá que subirla. Siempre hay que subir cuestas, pero cada vez cuesta más subirlas. Temporalmente instalado en la medianía (de edad, se sobreentiende), cavilo sobre lo que sé. Oigo los ecos cercanos del fin, más altos y claros que cuando el cambio de siglo, y me pregunto si no serán ciertos. Vivientes en un lugar diminuto y dispuestos a comérnoslo sin piedad quizás sea una buena opción dejar que todo acabe. Veo que la forma de vivir es absurda, sin sentido, y me río, porque tampoco soy capaz de proponer una alternativa. Seres pequeños en un universo demasiado grande, sin posibilidad de abarcarlo ni aún en las cercanías. Imagino la estructura del átomo, y veo a nuestro Sol como un núcleo rodeado de electrones y protones, nosotros, y no me es difícil darme cuenta de esta insignificancia. Y me da la risa, porque veo lo miserables que somos (yo el primero), y me siento impotente. Moriremos, todos, sin excepción, y sólo seremos una minúscula mota en medio de la inmensidad, y probablemente sin misión alguna. Basura cósmica. Pero está bien, y es justo. Ahora sigamos creyéndonos el centro del universo, y puteémonos los unos a los otros. No habrá juicio, ni premios. Tonto el último. ¿O el primero?.